domingo, 15 de mayo de 2016

Avionazo en baturi


                                   

                                     Prólogo 



   En medio de un sol como de Mexicali, justo a la mitad del año, me bajé de un autobús Águila en la terminal de La Paz y vi que me esperaba mi amigo Mario Santiago y unos camaradas más.

   -- Hombre, no es para tanto -- les dije -- ¿ Porqué la recepción?

   -- Te quiero presentar aquí a unos colegas -- me dijo Mario -- Martín de la Rosa es colaborador de Compás y está escribiendo un libro. A ver que te parece.

   Pronto me vi compartiendo las noticias de la semana y haciendo preguntas porque tenía quince días sin leer los periódicos. Me agradaba estar de nuevo entre compañeros del gremio con quienes compartía el mismo lenguaje. Les conté que me había aislado en Comondú para escribir algunas cosas y vaciar mis archivos en la computadora y que lo había hecho precisamente para huir de la tiranía en un lugar al que no llegan los periódicos y en el que no se oía radio ni veía televisión.

   -- Pero, fíjense, que cosa -- les dije -- cayó a mis manos ahora que venía en el autobús un ejemplar de la revista PROCESO y me ha impresionado muchísimo la historia de un joven tijuanense que habla sobre la tortura. Es aterrador lo que ha estado sucediendo en la península y en todo el noroeste. Hace quince o veinte años nunca nos lo hubiéramos imaginado. Este ejercicio del periodismo negro -- como le llama César Güemez -- nos esta haciendo ver algo que la novela policíaca mexicana, el cine mexicano y los corridos norteños no han logrado comunicarnos todavía. Por ejemplo, el dato de que cuando torturaban al narrador de esta historia tijuanense y le dispararon en la cabeza al personaje que estaba junto a él boca abajo tirado en el suelo sintió que le salpicaban unas gotas "calientes". Más adelante daba su versión sobre varios asesinatos y sus  enigmas que han estado en las páginas de la prensa a lo largo de los últimos años. Más que los hechos en sí mismos, lo que sorprendía era la naturalidad con la que muchos jóvenes de la frontera, de Tijuana y de San Diego, ejecutaban sus homicidios para luego irse a echar una langosta a Rosarito. En el mismo número de la revista aparecía un reportaje sobre una mujer muy guapa de Guadalajara que había sido asesinada. Y todo parecía enlazar, como en los capítulos de una misma novela y dentro del mismo contexto político, policiaco, delincuencial y militar. Era como si el director del cine norteamericano, Quentin Tarantino, autor de Perros de Reserva y Pull Fiction, estuviera haciendo película de los bajos fondos fronterizos. Los mismos personajes, situaciones semejantes, la inconciencia del mal, la banalidad de la violencia, un lenguaje coloquial coincidente. Pensé entonces que, a falta de una novela realista que refiriera estas cosas, el periodismo negro de nuestro fin de siglo bajacaliforniano era el que mejor podía traducir ese mundo siniestro, deprimente y estremecedor que tanto ha venido a perturbar nuestra convivencia civil. La verdad no puede desprenderse de esa alharaca cotidiana que montan todas las noches los medios audiovisuales, pensé. La verdad sólo puede refugiarse en el libro, en un periodismo novelado que, aún sin emplear nombres propios de personajes reconocibles en el centro de nuestra criminalidad, aproveche la densidad de las ciento noventa páginas y todos los recursos de la narrativa literaria para aspirar a una verdad más profunda y no a alcahuetear la verdad sucia de los abogados y los procuradores.

   Un libro es un sistema de relaciones y puede escapar -- como el ciclista que se fuga del pelotón -- a la superficialidad propia de los noticieros y a la brevedad de los cables. Puede conjurar la transitoriedad de los hechos y procurar una permanencia inimaginable en el periódico que se tira a la basura y se olvida al día siguiente.

   Conocí, pues, ese día de mi llegada a La Paz a Martín de la Rosa. Luego, luego me di cuenta de su sensibilidad periodística y su pasión por el misterio policiaco que, según me dijo, había empezado a cultivar muchos años atrás cuando se inició como reportero. No sólo sabe escribir, me dije. También sabe leer los periódicos y analizar los hechos. Topógrafo de oficio, sabe medir asimismo la gravedad y el carácter dramático de los acontecimientos y sus protagonistas. Como hace aquí en Avionazo en Baturi, una ficción literaria que trata de radiografiar y comprender cómo las criaturas humanas se desdoblan en personajes y sobreviven, como en la tragedia griega, entre la vida y la muerte, entre la impunidad y la justicia.

   No sé que tanto las historias provenientes de la realidad informan los diversos capítulos de esta novela. No conozco tanto la vida cotidiana de Baja California Sur ni los modos en que aquí se administre la justicia como para que me conste siquiera uno de los acontecimientos reales o imaginarios simbólicamente o literalmente aludidos en el texto. Lo que sí puedo decir como lector es que Martín de la Rosa ha construido narrativamente un mundo que por extensión refleja -- desde el condado novelesco del sur bajacaliforniano -- el grave momento que estamos viviendo los mexicanos en todo el territorio nacional a finales del siglo.

Federico Campbell.

                               Comentarios


   “A través de 190 páginas, Héctor Martín Ojeda de la Rosa, intenta desentrañar mediante las audacias investigadoras de su alter ego, el reportero Jacinto Romero, la red de relaciones perversas que sustentan el negocio del siglo”

Edmundo Lizardi


   “Al igual que Dashiel Hammett, autor de novelas policíacas, De la Rosa, presenta su denuncia social casi desprovista de rasgos humorísticos... Los diálogos cumplen con lo que se denomina “Novela Dramatizada”... En vez de relatar él mismo, deja que sus personajes lo hagan por él”

Sergio Ávila



   “La escritura posee un lenguaje llano, directo y con modismos de los bajos fondos. De lectura ágil y amena, revela una vocación para la prosa. Son muchos los méritos de la novela”

Ernesto Adams


   “Desde mi punto de vista, Avionazo en Baturi es una obra bastante aceptable. Tal vez ruda como su género mismo, pero con una lectura absorbente que nos ha dejado satisfechos y creo que pasará lo mismo con el más exigente de los aficionados de lo perspicaz y lo apasionante”

Mario Santiago


   “Dejar de leer este trabajo de Ojeda de la Rosa, sería desperdiciar la oportunidad de dar un vistazo a la realidad política y judicial, no sólo de nuestro Estado, sino del País”

Revista Realidades


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